Santa Eulalia es uno de esos templos

que, con discreción, marcan la diferente entre una iglesia sin más, y un monumento.

Porque tras su aparente sencillez, lo que en realidad oculta, es todo un cúmulo de pequeños detalles.

Detalles que la ensalza, la diferencian, la embellecen.

El templo fue levantado en el siglo XVI, sobre un espolón y con evidentes intenciones de orar al tiempo que se buscaba defenderse de enemigos.

Su muro occidental es el más antiguo y es aquí, donde topamos con la primera curiosidad.

Hace algunos años, un vecino, bien aburrido del sermón o con una curiosidad admirable, con la sencilla ayuda de una navajeta, fue retirando parte de la cal que cubría una de las capillas, sacando a la luz unas maravillosas pinturas, de buen porte, que representaban la crucifixión.

Si, Santa Eulalia, como casi todas las iglesias altoaragonesas, esta pintada.

Pero mientras en unas la pintura fue picada y perdida y en otras está bajo capa de blancuzca cal, en Buesa ofrece parte pequeña, pero parte, de lo que debe parar debajo.

En el siglo XVIII la iglesia fue reformada, añadiéndose su segunda curiosidad; una cúpula con pechinas.

Este elemento resulta difícil de encontrar en la arquitectura popular pirenaica.

Modesta y de pequeño alzado, ofrece pinturas que representan a los cuatro evangelistas y una decoración floral cuyo estado, bien merece unos cuartos para que se intervenga.

El tercer elemento es su campanario, probablemente el que mejor ha conservado la función defensiva del edificio.

Buena piedra, una aspillera y elementos defensores simbólicos, como un Crismón del siglo XVI y una crucecita “antibrujas” junto a uno de sus ventanales.

Pero la peculiaridad que verdaderamente nos emociona, para en la bancada solanera que para frente al templo.

Allí, con unas vistas que conmueven, generaciones y generaciones de buesinos, lo mismo descansaban que charraban a la salida de misa, lo mismo hacían calceta que venían a honrar a los muertos del cercano cementerio.

Alguno de ellos, aburrido como un madero, labró, en un bancal, un sencillo juego de mesa.

Juego de mesa desgastado en extremo tras siglos de uso.

Una rareza que en todo el Pirineo aragonés, solo he encontrado en Santa Eulalia…sencilla pero original.

Como deberían ser tantas cosas.